miércoles, 21 de mayo de 2014

Todos le roban, pero nadie lo sabe




Un profesor de literatura latinoamericana de una prestigiosa Universidad de Estados Unidos recomendó la lectura de Rubem Fonseca. Fue una noche de verano, hace un par de años, en un bar muy concurrido de la ciudad de Córdoba, cuando este cronista escuchó: “hay que leer a Rubem Fonseca. Todos le roban, pero nadie lo sabe”. A pedido de su interlocutor directo, el profesor tuvo que repetir el nombre. Todos los presentes desconocían al autor (hay que decir que ninguno, salvo el profesor, superaba los treinta años de edad). Una semana más tarde, con el nombre de Fonseca anotado en el celular, mientras emitían retrasmitido el final de la serie Mandrake (HBO), apareció el primer dato. Fonseca era el creador de los personajes y las historias en las que se basaba la serie (dicho sea de paso con guión del propio hijo de Rubem). Es que Fonseca, al menos en Argentina, es tan conocido como desconocido. 

Una de las primeras informaciones que se encuentran del autor es que es, al igual que su amigo Thomas Pynchon, paradójicamente popular por alejarse de las cámaras. Pero Fonseca no le hace asco al cine. Ha sido guionista de varias películas, algunas basadas en sus libros, otras no. Incluso en internet se hallan más artículos de Fonseca hablando sobre la historia del cine y su relación con la escritura antes que artículos literarios sobre su obra. En uno de esos artículos, Fonseca destaca las ventajas de la literatura sobre el cine. La principal, para el brasileño, es que la literatura necesita sin excepción la participación creativa del lector. En la escritura hay un espacio, acuoso e inconquistado, que debe ser llenado por cada lector. Por ejemplo: en el texto hay una voz y unos datos sobre un personaje, pero el lector los combina, construye un cuerpo en su imaginación,  agrega detalles, completa. No así sucedería con el cine al ofrecernos una encarnación definitiva que determina nuestra imaginación.


La suerte editorial de Fonseca ha sido muy despareja en Argentina. Una buena noticia es que El cuenco de plata reeditó en el 2013 sus dos primeros libros de relatos: Los prisioneros (1963) y El collar del perro (1965). En una reseña anterior nos detuvimos en Los prisioneros. Hoy le toca el turno a El collar del perro.

En El collar del perro Fonseca merma las rupturas formales y, en cambio, profundiza los mejores rasgos de la narrativa que ya venía ensayando en su libro anterior. El primero de los ochos cuentos que componen El collar del perro se titula Fuerza Humana. Se trata de una suerte de continuación del formidable Febrero o Marzo, aquel cuento del fisicoculturista con el que abre Los prisioneros. En esta oportunidad, la fuerza física del personaje funciona como una metáfora de su fuerza de voluntad y de la posibilidad de superar sus determinaciones. Las justificaciones que sostienen la existencia del protagonista se pondrán en crisis a raíz del encuentro con “Vaterlú”, un joven negro mendigo que baila en la calle por monedas y que posee “el desarrollo muscular en bruto más perfecto”.  Otro gran cuento de este libro es Madona. En este se narra la historia de un adolescente estúpido por las mujeres que, llegado a la culminación de un fin de semana de fracasos, logra colarse con una chica, su hermana y el novio en la pista de un aeropuerto para asistir al despegue absolutamente dislocador y ensordecedor de los aviones. Esa es una escena vibrante y un logro mayor del brasileño. El cuento que da título al libro, El collar del perro, inicia el particular derrotero policial que luego tomará la obra de Fonseca. En este cuento magistral, el desarrollo del enigma pasa a segundo plano para centrarse en los desengaños de un joven delegado de la policía, el doctor Vilela. El choque entre la idealidad con la que el delegado pretende desarrollar su trabajo y la realidad de sus subordinados servirá para retratar los sórdidos mecanismos de violencia y marginación en los que la sociedad de São Cristóvão vive.

El lector más célebre en Argentina de la obra de Fonseca fue Tomás Eloy Martínez. Llegó a prologar el libro de Fonseca 64 contos. En el 2009, Martínez publicó una afectuosa nota en la que recordaba: “Después de aquel primer cuento (Paseo Nocturno, parte 1), me dediqué con afán a leer todo lo que Fonseca ha escrito, sin que jamás me defraudara”. Y es que Fonseca es un autor adictivo. Lo confirma Martínez, pero no es el único que ha sentido los efectos que produce su lectura… Consideren eso. Ahora sumémosle que las tiradas de El cuenco de plata para Los prisioneros y El collar del perro fueron de 1.200 y 1.500 respectivamente. Son muy pocas. Dese prisa.

Link al portal de el cuenco de plata

(Reseña publicada originalmente en Hoy Día Córdoba)


No hay comentarios:

Publicar un comentario